"La vida es simple porque la lucha es simple.
El buen luchador retrocede, pero no abandona. Se doblega, pero no renuncia. Si
lo imposible se levanta ante él, se desvía y va más lejos. Si le falta el
aliento, descansa y espera. Si es puesto fuera de combate, anima a sus hermanos
con la palabra y su presencia. Y hasta cuando todo parece derrumbarse ante él,
la desesperación nunca le afectará". Pierre de Coubertin.



Además, puede ayudarnos a explicar a aquellos que no corren, el motivo por el cual participamos en carreras donde no tenemos ninguna posibilidad de ganar. Ganar no es solo terminar la carrera antes que el resto. Ganar es ponerse en forma, disfrutar del deporte, conocer gente nueva compartiendo la pasión por correr, bajar de peso, sentirse mejor, cumplir una meta, correr tras un sueño y alcanzarlo, ganarse a uno mismo, superarse y sentirse mejor persona.
Biografía del barón Pierre de Coubertin
Pierre de Fredy, más conocido como el barón Pierre de Coubertin (n. París, Francia el 1 de enero de 1863 y m. Ginebra, Suiza el 2 de septiembre de 1937), fue un gran humanista, pedagogo e historiador francés. Se considera el fundador de los Juegos Olímpicos modernos, creando de la nada el movimiento olímpico.

Sus viajes por
Estados Unidos e Inglaterra le llevaron a la conclusión de que el ejercicio
físico constituía un elemento de gran valor en el desarrollo intelectual de los
jóvenes. Era la singular doctrina del cristianismo muscular: la búsqueda de la
perfección espiritual por medio del deporte y la higiene. Pierre comienza a
soñar con unir en una extraordinaria competición a los deportistas de todo el
mundo bajo el signo de la unión y la hermandad, sin ánimo de lucro y sólo por
el deseo de conseguir la gloria, competir por competir, como dice la frase de
Ethelbert Talbot “lo importante no es
vencer, sino participar”, frase mal atribuida a Pierre de Coubertin.
Integrado
en órganos federativos de carácter deportivo, que incluso fundaba él, propuso
la idea de revivir, relanzar de nuevo, los Juegos Olímpicos disputados en la Antigua Grecia, hacía miles de
años. La iniciativa, trasladada a la Unión Francesa de Atletismo, no fue bien
recibida. La idea de Coubertin parecía insensata y chocó con mucha
incomprensión. Sus intentos iniciales para lograr el interés de Francia, su
patria natal, hacia el deporte no fueron acogidos con demasiado entusiasmo.
Intentando convencer a todos, viajó por todo el mundo hablando de paz,
comprensión entre los hombres y de unión, mezclándolo todo con la palabra "deporte".
Coubertin, obstinado, no cejó en su empeño y el 23 de junio de 1984 funda el
Comité Olimpico Internacional (COI). Al fin, en la última sesión del Congreso
Internacional de Educación Física que se celebró en la Sorbona de París, el 26
de junio de 1894, se decide instituir los Juegos Olímpicos. Coubertin consiguió
entonces un voto unánime para la recuperación de los Juegos.
En Inglaterra, esta
idea no fue bien recibida y la opinión pública decidió quedar al margen. Alemanía
reaccionó intentando boicotear los juegos. Grecia se opuso, y su jefe de gobierno,
Tricoupis, quiso impedir su realización, pues "aquel lío" salía muy caro a
su país.
Coubertin convenció al príncipe heredero de Grecia, el Duque de Esparta, para que intercediera
ante el káiser Guillermo, emperador de Alemania y cuñado suyo, convenciendo a los
ingleses y a su propio Gobierno. El príncipe consiguió que se emitieran una serie de
sellos conmemorativos para recaudar el dinero necesario de los juegos. Además creó una
suscripción pública con tan buenos resultados que consiguió que Jorge Averoff, un
rico de Alejandría, corriese con los gastos de la reconstrucción del estadio de Atenas.
Guiado por su
entusiasmo y tesón, su idea finalmente se materializó. El 24 de marzo de 1896, día de Pascua
de Resurreción, el Duque de Esparta, tras un discurso, descubre la estatua del
mecenas Jorge Averoff. El rey Jorge de Grecia pronunció por primera vez las
palabras rituales: "Declaro abiertos Los Primeros Juegos Olímpicos Internacionales de Atenas". Y el lema fue: "Lo
esencial en la vida no es vencer, sino luchar bien". 750.000 espectadores presenciaron en el
estadio Panathinaikos de Atenas los primeros Juegos Olímpicos de la nueva era,
con la participación de 241 atletas de 14 naciones. Este modesto
principio sería el origen del movimiento olímpico moderno y acabaría
convirtiéndose en uno de los acontecimientos más populares del planeta.
En las Olimpiadas celebradas en París, en el año 1900, el barón de Coubertin hizo público, a la vez que famoso, el slogan de los Juegos Olímpicos: “Citius, altius, fortius” y que resulta ser el verdadero lema que sintetiza lo que representa el espíritu olímpico.
Tras una vida personal difícil, sus dos
hijos murieron jóvenes en una sanatorio mental, y al haber perdido casi toda
su fortuna en la noble causa del olimpismo, falleció el 2 de septiembre de 1937 en Ginebra y fue enterrado en
Lausana. Siete meses más tarde, cumpliendo su propia petición, su corazón fue
transportado hasta la antigua ciudad de Olimpia, donde una estela de mármol
conmemora la restauración de los Juegos Olímpicos.
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