sábado, 16 de enero de 2016

"CITIUS, ALTIUS, FORTIUS"



"La vida es simple porque la lucha es simple. El buen luchador retrocede, pero no abandona. Se doblega, pero no renuncia. Si lo imposible se levanta ante él, se desvía y va más lejos. Si le falta el aliento, descansa y espera. Si es puesto fuera de combate, anima a sus hermanos con la palabra y su presencia. Y hasta cuando todo parece derrumbarse ante él, la desesperación nunca le afectará". Pierre de Coubertin.

“Citius, altius,  fortius” es una locución latina (pron.: ki-tius, al-tius, for-tius) que significa “más rápido, más alto, más fuerte”. Este lema de los Juegos Olímpicos junto con los cinco anillos de diferentes colores entrelazados y con la antorcha, simbolizan el espíritu olímpico. Los cinco anillos representan los cinco continentes, todas las naciones que se unen para competir sanamente. La frase fue pronunciada por el barón Pierre de Coubertin en la inauguración de los primeros Juegos de la Edad Moderna, en 1896 (Atenas). Es una llamada a los atletas a que se esfuercen por la excelencia personal en todo lo que hacen.

El lema, sin embargo, fue realmente ideado por el sacerdote domínico francés Henri Didon, amigo de Coubertin, para el frontispicio de su colegio San Alberto Magno de Acueil. El "Citius, altius, fortius" de Didon simboliza a la perfección el espíritu de superación que siempre ha caracterizado al mundo del deporte. Aún hoy permanece vigente, al igual que el juramento, escrito por Coubertin y el credo olímpico, que dice así: "Lo más importante de los Juegos no es ganar sino competir, así como lo más importante en la vida no es el triunfo sino la lucha. Lo esencial no es haber vencido sino haber luchado bien". Henri Didon, director del Liceo San Alberto Magno d´Arcueil, dio en 1891 un discurso instando a sus estudiantes a cultivar en los jóvenes la práctica de los deportes. Estas tres palabras, "Citius, altius, fortius", son una invitación a dar lo mejor de uno mismo y a vivirlo como una victoria. No significa necesariamente ser el primero, "lo esencial no es ganar, sino participar", un principio apoyado por el barón Pierre de Coubertin

Aunque "Citius, altius, fortius" es el lema olímpico y las Olimpiadas son para muchos solo un evento deportivo, lo cierto es que este lema deberíamos recordarlo todos los deportistas y especialmente los corredores. El lema olímpico puede ser una gran motivación para los corredores populares; una motivación para superarnos día a día y trabajar de forma inteligente para conseguir ser más rápidos y fuertes y poder así elevarnos como seres humanos y deportistas.

Además, puede ayudarnos a explicar a aquellos que no corren, el motivo por el cual participamos en carreras donde no tenemos ninguna posibilidad de ganar. Ganar no es solo terminar la carrera antes que el resto. Ganar es ponerse en forma, disfrutar del deporte, conocer gente nueva compartiendo la pasión por correr, bajar de peso, sentirse mejor, cumplir una meta, correr tras un sueño y alcanzarlo, ganarse a uno mismo, superarse y sentirse mejor persona.


Biografía del barón Pierre de Coubertin

Pierre de Fredy, más conocido como el barón Pierre de Coubertin (n. París, Francia el 1 de enero de 1863 y m. Ginebra, Suiza el 2 de septiembre de 1937), fue un gran humanista, pedagogo e historiador francés. Se considera el fundador de los Juegos Olímpicos modernos, creando de la nada el movimiento olímpico.

De linaje aristocrático, renunció a una carrera militar hacia la que le inclinaba la tradición familiar. Su padre, el barón Carlos Luís de Coubertain quería que fuera militar, pero su temperamento sensible chocó con la dura disciplina de la Escuela Especial Militar de Saint-Cyr. Decidió dedicarse a la pedagogía, su principal pasión, interesándose por  el papel del deporte en la educación de la juventud. Quizás por la educación y los valores recibidos durante sus periodos de formación, Pierre de Fredy encontró una síntesis en la que creía con firmeza y sobre la que era posible construir el futuro, forjando el presente. Para él, la base del futuro se encontraba en la educación. El deporte, como soporte de la actividad de enseñanza, podía conseguir hermanar a los pueblos, beneficiar y alentar así a la humanidad. El deporte, el ejercicio físico, entendía que tenía un papel de mucha importancia en la formación del carácter de las personas, desde que estas toman conciencia de la realidad.

Sus viajes por Estados Unidos e Inglaterra le llevaron a la conclusión de que el ejercicio físico constituía un elemento de gran valor en el desarrollo intelectual de los jóvenes. Era la singular doctrina del cristianismo muscular: la búsqueda de la perfección espiritual por medio del deporte y la higiene. Pierre comienza a soñar con unir en una extraordinaria competición a los deportistas de todo el mundo bajo el signo de la unión y la hermandad, sin ánimo de lucro y sólo por el deseo de conseguir la gloria, competir por competir, como dice la frase de Ethelbert Talbot “lo importante no es vencer, sino participar”, frase mal atribuida a Pierre de Coubertin

Integrado en órganos federativos de carácter deportivo, que incluso fundaba él, propuso la idea de revivir, relanzar de nuevo, los Juegos Olímpicos disputados en la Antigua Grecia, hacía miles de años. La iniciativa, trasladada a la Unión Francesa de Atletismo, no fue bien recibida. La idea de Coubertin parecía insensata y chocó con mucha incomprensión. Sus intentos iniciales para lograr el interés de Francia, su patria natal, hacia el deporte no fueron acogidos con demasiado entusiasmo. Intentando convencer a todos, viajó por todo el mundo hablando de paz, comprensión entre los hombres y de unión, mezclándolo todo con la palabra "deporte". Coubertin, obstinado, no cejó en su empeño y el 23 de junio de 1984 funda el Comité Olimpico Internacional (COI). Al fin, en la última sesión del Congreso Internacional de Educación Física que se celebró en la Sorbona de París, el 26 de junio de 1894, se decide instituir los Juegos Olímpicos. Coubertin consiguió entonces un voto unánime para la recuperación de los Juegos. 

En Inglaterra, esta idea no fue bien recibida y la opinión pública decidió quedar al margen. Alemanía reaccionó intentando boicotear los juegos. Grecia se opuso, y su jefe de gobierno, Tricoupis, quiso impedir su realización, pues "aquel lío" salía muy caro a su país.

Coubertin convenció al príncipe heredero de Grecia, el Duque de Esparta, para que intercediera ante el káiser Guillermo, emperador de Alemania y cuñado suyo, convenciendo a los ingleses y a su propio Gobierno. El príncipe consiguió que se emitieran una serie de sellos conmemorativos para recaudar el dinero necesario de los juegos. Además creó una suscripción pública con tan buenos resultados que consiguió que Jorge Averoff, un rico de Alejandría, corriese con los gastos de la reconstrucción del estadio de Atenas.

Guiado por su entusiasmo y tesón, su idea finalmente se materializó. El 24 de marzo de 1896, día de Pascua de Resurreción, el Duque de Esparta, tras un discurso, descubre la estatua del mecenas Jorge Averoff. El rey Jorge de Grecia pronunció por primera vez las palabras rituales: "Declaro abiertos Los Primeros Juegos Olímpicos Internacionales de Atenas". Y el lema fue: "Lo esencial en la vida no es vencer, sino luchar bien". 750.000 espectadores presenciaron en el estadio Panathinaikos de Atenas los primeros Juegos Olímpicos de la nueva era, con la participación de  241 atletas de 14 naciones. Este modesto principio sería el origen del movimiento olímpico moderno y acabaría convirtiéndose en uno de los acontecimientos más populares del planeta.

En las Olimpiadas celebradas en París, en el año 1900, el barón de Coubertin hizo público, a la vez que famoso, el slogan de los Juegos Olímpicos: Citius, altius, fortius y que resulta ser el verdadero lema que sintetiza lo que representa el espíritu olímpico.

Tras una vida personal difícil, sus dos hijos murieron jóvenes en una sanatorio mental, y al haber perdido casi toda su fortuna en la noble causa del olimpismo, falleció el 2 de septiembre de 1937 en Ginebra y fue enterrado en Lausana. Siete meses más tarde, cumpliendo su propia petición, su corazón fue transportado hasta la antigua ciudad de Olimpia, donde una estela de mármol conmemora la restauración de los Juegos Olímpicos.












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